Subes un poco la persiana
y la luz que entra por las rendijas va moteando la desnudez de tu
piel. A los pies de la cama te transformas en guepardo. Oteas la
llanura, paciente y tranquila, en busca de un ejemplar joven y
vulnerable, y descubres junto a la almohada el ovillo de mi cuerpo.
No hay escapatoria. De nada va a servir correr en esta sábana tan
extensa. Relampagueas hasta mi cuello y me abates de un mordisco.
Puedo ver esas lágrimas de tizne que se deslizan desde tu ojos. Hay
quien dice que son para protegerte del sol, aunque yo creo que solo
son ruinas de tu maquillaje. Arrastras mi cuerpo hasta un rincón de
la cama para evitar que los carroñeros te arrebaten la presa.
Resuellas, muerdes, succionas, arrancas, gimes. Aprietas, asfixias,
despedazas, tragas. Terminado el festín huyes en busca de un lugar
sombrío. La digestión será lenta y pesada. Para ambos.
Morbo
Hace 2 días