jueves, 7 de mayo de 2009

Relaciones atemporales

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A Arboló, que me hizo viajar en el tiempo


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Él vivía a finales del siglo diecinueve; ella a principios del veintiuno. Ese poco más de un siglo de diferencia entre los dos parecía una distancia infranqueable. A veces él se sentaba en el sillón y fumaba en pipa, y se mareaba, o pegaba un sello en una carta manuscrita y la arrojaba a un buzón, sin prisas ni impaciencia, o consultaba la hora en su viejo reloj de bolsillo, unas veces adelantado y otras atrasado. Ella, en cambio, viajaba a lugares para visitar sus gentes y los rincones que no salen en las guías, se impacientaba o se preocupaba muchas veces sin motivo, y vivía sujeta a un teléfono, un ordenador, una agenda y un íntimo círculo de amistades que mantener. La cita parecía imposible pero una extraña mezcla de atrevimiento, caricias y pupilas dilatadas, permitió vencer la distancia temporal. Se encontraron a medio camino, a mediados del siglo veinte. A él se le hizo más pesado el trayecto hasta la década de los cincuenta, pues no estaba acostumbrado a viajar, y menos en el tiempo. Ella parecía llevarlo mejor, aunque a veces temblaba sin motivo o permanecía unos instantes ausente, sonriendo, pensando en quién sabe qué. Estuvieron cuatro días juntos, quizás más. Las manecillas del reloj se movían a su antojo: los minutos se dilataban en horas, y las mañanas se esfumaban como el humo de un cigarrillo entre abrazos, así que perdieron la noción del tiempo. Y también la del espacio. Entre aquellas paredes estaban seguros, aislados del mundo exterior, solos, ellos dos. Pero llegó el momento en que las obligaciones o las responsabilidades familiares ya no podían ser desatendidas y tuvieron que regresar, cada uno a su época. Y aunque sabían que podían salir del tiempo y volver a encontrarse otra vez, cuando quisieran o se atrevieran, la despedida tuvo algo de definitivo. De vuelta a casa, surcando los años en direcciones opuestas, él fantaseaba alegre con la incertidumbre del futuro mientras que ella saboreaba el amargo dulzor de la nostalgia.


Microrrelato-Hiperbreve-Microrrelatos
Foto de Laia Buira

(Publicado en La Bultra, nº 8)

1 comentario:

dijo...

El millor, Víctor. Gràcies per escriure algo així.